Me decía el escritor Alexis Ravelo el sábado pasado: “mañana tendremos resaca”. Resaca literaria. Y resaca climática. Algo de esa resaca tuve este lunes, cuando después de tanto tiempo sin pasar por aquí, me puse a escribir estas palabras.
El Premio Formentor
Me enteré apenas unos días antes de la entrega del Premio Formentor en mi ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, y de sus conversaciones literarias, por un correo de la Librería Canaima, donde tienen (iba a escribir “venden”, pero quizás eso sea excesivamente optimista) algunos ejemplares de mi libro “Sin presiones”.
Quizás fuese por mi primer libro, por sentirme de algún modo escritor, porque fuese la propia librería la que me informase, lo cierto es que busqué en su web y comprobé que las inscripciones… estaban cerradas.
Aún así me atreví a escribir a la Fundación, mostrando mi interés, mi arte dibujando, y que me gustaría acudir a ver esas conversaciones. No sé si fue la tormenta tropical que se avecinaba, o la amabilidad de quien me leyó, pero recibí un correo indicándome que las inscripciones se habían abierto de nuevo, procedí pues a inscribirme, y fui admitido.
El viernes no fui a la entrega del Premio Formentor a Liudmila Ulítskaya. Pensé que me sentiría fuera de lugar e incluso me planteé entonces si no era pretencioso o incluso peligroso (ya se anunciaban fuertes lluvias y hasta se suspendían actividades de todo tipo en Canarias) por mi parte asistir a las Conversaciones Literarias del premio. ¿Qué haría yo en medio de tanto literato?
Pero la lluvia también me lo puso fácil también, en cierto modo. Cuando desperté el sábado la lluvia era continua pero no había viento ni era excesivamente fuerte. No había muchas alternativas para un día gris y lluvioso, debo confesar, así que el clima se alió contra mi timidez e inseguridad.
Cogí mi paraguas, chubasquero, mi “totebag” de la Feria del Libro de Madrid, un par de cuadernos, rotuladores y acuarelas, y hasta las gafas de sol, que uno no descarta nunca el optimismo en esta isla, y caminé bajo la lluvia los 20 minutos que separan mi casa del Hotel Santa Catalina, donde se realizaba el evento. Allí comenzó mi primera velada literaria.
Sábado, 24 de septiembre. Mañana:
Llegué al gran salón Palmera del hotel, decorado con las pinturas de Pepe Dámaso, donde se celebraban las conversaciones, aún con las dudas de si se suspendería el acto. Intenté identificarme, pero no hizo falta, me preguntaron si era periodista, quizás por mi aspecto, vaquero, camiseta, pelo largo y una bolsa llena… de trastos. Lo negué casi como San Pedro negó a Jesús, y me senté, como buen zurdo, a la izquierda de la sala, casi donde la mesa de los técnicos de sonido y vídeo.
La primera conversación, o “mesa”, como luego la llamaron, fue “Sobre Liudmila Ulítskaya”. Hablaron de ella profesores, escritores, traductores, su editor y el presidente del jurado del premio.
Conocí detalles sobre ella, sobre su vida, sus libros, me atreví incluso a tomar notas escritas, sus referencias a Pasternak, a esos “hilos invisibles interconectados”, que me hicieron pensar en su formación como genetista, y cómo influyen en nosotros las diversas capas de vida.
La referencia de Basilio Baltasar, presidente del premio, a quien luego conocí, al puritanismo que nos invade, y más sabiendo estos días el resultado de las elecciones en Italia, las movilizaciones de mujeres en Irán, o la represión en Rusia, me resulta en estos tiempos muy pertinente. No sé por qué la crisis, el puritanismo, las guerras, me hace pensar que podemos estar condenados a repetir, si no ponemos remedio, lo peor del siglo XX.
Ante tanta reflexión me puse a dibujar. Abrí mi cuaderno de Rustika, que precisamente se titula “La emoción de escribir”:
No es mi mejor cuaderno para pintar con acuarela, pero las citas que lo acompañan a veces me golpean, y en este caso parece que adivinaran qué estaba dibujando, ese gran salón donde se desarrollarían las conversaciones . Iré transcribiendo las citas, como esta primera de George Bernard Shaw:
“ Las ideas son como las pulgas, saltan de unos a otros, pero no pican a todos”.

Aún me dio tiempo a un segundo dibujo, a vuela pluma, en la intervención de Marta Rebón, traductora y escritora (¿no son la misma cosa?) que nos recordó al recientemente fallecido Javier Marías y sus traducciones. Muchos escritores/as, y grandes, tradujeron, y mucho. Y la libreta llevaba otra cita, esta de Jean Paul Sartre nada menos:
“Lo importante no es lo que hicieron de nosotros, sino lo que nosotros hacemos con eso que hicieron de nosotros.”
Y pensé entonces en mis propias y osadas traducciones de vídeos de TED, (Ken Robinson, Scott McCloud, David Macaulay, …) más llevado por la admiración que por la habilidad, y afortunadamente ayudado de personas más dotadas que yo para el idioma inglés, revisadas a su vez por el equipo de TED. Admiración y amor por una obra o un autor. A veces son motores de obras, y de vidas.
En el descanso alcancé a ver caras conocidas, escritores de aquí, como Elsa López o Alexis Ravelo, y otras que no alcanzaba a recordar de qué las conocía. Revisé la exposición de portadas de otros premios, encabezadas por fotos icónicas, como de la de esta edición, que dibujé rápidamente, junto a una cita de Kant:
«La paciencia es la fortaleza del débil, y la impaciencia, la debilidad del fuerte.»
La segunda mesa se titulaba “Pícaros”, y ya entraba directamente en el desarrollo de las conversaciones, que básicamente se parecía a un club de lectura, cada uno, y allí había nombres conocidos para mí, como Lucía Lijtmaer, Elsa López o Fernando Delgado, hablaba de un libro desde su perspectiva y así íbamos saltando de Patricia Highsmith a Harry, pasando por Emmanuel Carrère. Me atreví entonces a dibujar ya en mi pequeño cuaderno de acuarela una panorámica de toda la sala:
Y con ello terminó para mí aquella mañana, así que regresé a casa, lloviendo suave y con mi paraguas, con cuatro dibujos, y muchas ideas y libros en mi cabeza.
Sábado, 24 de septiembre. Tarde:
Volví a bajar al Hotel Santa Catalina para la jornada de tarde.
La vida te muestra esos hilos invisibles. Al bajar por la misma calle que por la mañana vi la enorme rama de un árbol desprendida sobre un coche, en la acera. Le hice una foto. Por esa misma acera había pasado yo esa mañana, con mi paraguas. “La vida también es suerte”, escribí en mi Instagram y Twitter, junto a aquella foto.
Así que, quizás reconfortado por mi buena suerte, lo primero que hice al llegar al salón Palmera fue vencer mi timidez, acercarme a Alexis Ravelo y regalarle mi libro “Sin presiones”, dedicado.
A Alexis Ravelo lo conocí, como muchos, en las veladas nocturnas del pub Cuasquías en unos tiempos ya muy lejanos. Mientras algunoss ahogábamos penas y reflotábamos alegrías, Alexis nos servía copas y nos decía, casi como un secreto, que aquello era temporal, que él lo que iba a ser era escritor.
Tuvo que ser muy duro para Alexis en esta ciudad de provincias, y alguna vez hasta pensé si no cogería el petate, y como Pérez Galdós, cruzaría el mar para hacerse una carrera literaria. No sé si llegó a hacerlo, porque le perdí la pista, pero cierto es que lo consiguió, comencé a saber de él a través de sus libros, premios y éxitos, y ahí está, donde él quería, o sabía, que estaría: ESCRITOR, con mayúsculas, con todas sus letras.
Otros, como yo, menos seguros, más temerosos, quizás de menor talento o constancia, guardamos nuestros dibujos, cómics, cuartillas escritas, para cuando… “pudiera ser”.
Por eso, aparte de a mi padre, que siempre quiso escribir un libro y no pudo, y a mi familia, si a alguien le quería ofrecer mi primer libro, era a Alexis, ejemplo y modelo para mí. Él, muy amablemente, me lo aceptó y por la noche, en su Instagram me agradeció el detalle.
Ya sentado, tras ese momento algo nervioso para mí, comenzó la tercera mesa de las Conversaciones se llamaba “Sátiros”. Debo decir que a esas horas de la tarde, o bien se moderaron los conversadores, o bien la crítica literaria rebaja mucho el punto de picante de las charlas. También que para mí la palabra sátiro no sé si se refiere al instinto procaz o a lo satírico. Entre los conversadores, Gonzalo García Pelayo, cuyo relato y trayectoria cultural me asombraron. Lo de proyectar sus películas X en el Reina Sofía porque no hay donde proyectarlas aún me tiene pensando… ante ello no tomé notas, sino que dibujé, en tinta verde a los conversadores:
Luego, ya en la intervención de Raquel Taranilla, a la que el día siguiente llegué a conocer, en torno a Thomas Pynchon y su “obscena” “El arco iris de gravedad”, me atreví a dibujar su retrato rápido y el de de sus compañeros de mesa, acompañados de la frase de Mark Twain:
“Un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa.”
La cuarta mesa se llamó “Mangantes”, y allí ya se notaron las ausencias, seguramente motivadas por la lluvia de esa tormenta “Hermine”, ( «Hermione«, me dio por pensar alguna vez, llevándome a la magia y a lo literario) que no paraba de caer. Me encontré allí con la sorpresa de una novela gráfica, “Túneles”, de Rutu Modan, comentada por Ana Merino, o la emocionada y musical descripción de Xavier Güell de la difícil vida de Shostakóvich en la rusia estalinista, que me llevó de nuevo a Liudmila Ulítskaya, a la guerra de Ucrania y a las protestas actuales en Rusia, a los totalitarismos y el arte, en definitiva.
Dibujé el momento de la intervención de Ana Merino:

Terminó allí mi lluviosa, en ambos sentidos, de agua y de ideas, jornada del sábado con otro dibujo más, que dejaré para el final de esta, quizás, ya larga crónica.
Domingo, 25 de septiembre. Mañana:
El domingo seguía lloviendo, es más, era el día para para el que se anunciaron peores previsiones, así que, con cierta prevención, y el sentimiento de estar haciendo algo casi prohibido, de acercarme a un cenáculo, o a un encuentro secreto, me encaminé esa mañana al Hotel Santa Catalina. Saber que Alexis Ravelo, al que agradecía las palabras del día anterior, estaría en la primera mesa de la mañana, también ayudó a decidirme.
Bajé pues, con mi paraguas en mano, con más precaución ante árboles, muros, charcos y escorrentías, hasta llegar al hotel y al Salón Palmera de nuevo. Me coloqué esta vez al lado derecho de la sala, como los técnicos de sonido y vídeo, trasladados seguramente porque el agua de la lluvia azotaba las cristaleras de la izquierda y amenazaba con entrar, como al parecer pasó más adelante.
La quinta mesa se titulaba “Embusteros”. Estaban en ella, entre otros, Alexis Ravelo, y Lola Pons, a la que dibujé rápidamente, junto a una silla vacía, antes de comenzar la conversación, acompañada de una frase de Jean De La Fontaine, que quizás resuma mis pensamientos ese día:
“A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo.”
Una alegre Lola Pons en ese plomizo día de lluvia, a la que conocí en el descanso, como luego relataré, y un muy gallego Juan Tallón, a quien dibujé en su intervención:

Antes del descanso, Elide Pitarello, profesora emérita de literatura española, que había intervenido en la primera mesa del sábado, subió al estrado para leer, muy emocionada, unas palabras del recientemente fallecido Javier Marías, de su libro «Miramientos», precisamente unas en las que escribía su autorretrato, describiéndose, entre la exactitud visual, la impiedad y la ironía, a través de fotos suyas que aparecían en su libro, y que nos fue mostrando durante su lectura.

Y llegó el momento del descanso, del café, que yo sustituí por un zumo y algún dulce ante la larga cola de ávidos cafeteros tras tanta conversación. Ya algo de agua había entrado en el salón y grandes paños se colocaron en el suelo a modo de alfombra para absorber el agua y evitar peligrosos resbalones o incómodos salpicaduras en los zapatos.
Fue el momento de visitar los libros puestos a la venta allí por Librería Canaima ( y agradezco así aquí su presencia esos días, hablar de libros sin poder verlos, hojearlos, comprarlos, olerlos, habría resultado muy extraño). Evidentemente era difícil decidir ante la cantidad y variedad, pero yo me decidí por tres, “La leyenda del santo bebedor”, de Joseph Roth, recomendada por una abstemia Elsa López, “Ofendiditos” de Lucía Lijtmaer, de quien he escuchado alguno de sus podcast, y “Los días de mercurio”, de mi amigo Alexis Ravelo. Junto a las revistas que esos días distribuyeron y mis dibujos, pasaron a formar parte de lo que yo llamé “mi botín” de estas conversaciones:
Pretendía yo arrancar a Alexis una firma a bocajarro como mandaría uno de sus libros, y estaba en esa siempre difícil tarea para un tímido de acercarme a un escritor en su momento de descanso y rodeado de gente, así que decidí usar mi cuaderno de dibujos como arma/excusa para acercarme a él, y en ese momento se nos acercó una alegre Lola Pons diciéndome “tú eres el dibujante…” (o algo así, déjenme que sea este un relato muy libre, quizás pícaro y mentiroso de lo sucedido). Lo que luego siguió fue un recorrido casi de la mano de Lola mostrando mis dibujos a quien los quiso o pudo ver, Raquel Taranilla, Juan Tallón,…
Lola incluso me llevó, con bendita insistencia, ante el mismísimo Basilio Baltasar, presidente de la Fundación Formentor, evidentemente ocupado, pero que finalmente pudo ver y admirarse, doy fe, de mis dibujos, y hasta pedírmelos para la Fundación, lo que prometí hacer, aunque previamente me puse como tarea, para evadir el olvido, el escribir estas palabras, que ya acaban, lo aseguro, y mostrar lo que vi, escuché y me empapó, física y literariamente, durante y después de esas jornadas. La locura, timidez o aventura del momento fue captada en una foto que la propia Lola me envió después:
Pude después acercarme de nuevo a Alexis para que me firmase su libro. Alcancé a desearle que disfrutarse mucho con el mío y repetirle lo que ya he repetido en mis tres presentaciones, que cada dibujo de mi libro es un momento feliz en Canarias, que no puedo dibujar ni triste ni irritado, y eso me hizo pensar en que estas Conversaciones eran también un momento feliz para mí. Al leer su dedicatoria me encontré con su frase, “que reproducen el mundo haciéndolo más bello”, y en ese estado, entre arrobado, feliz e inquieto, volví a entrar en el Salón para la última sesión.
La sexta y última mesa se llamó “Bribones”. En ella estaba, entre otros, Basilio Baltasar, al que acababa de conocer, y Liudmila Ulítskaya, la premiada y homenajeada en este Premio Formentor. Fue una mesa variada, con la reivindicación de Flaubert y el francés por José Enrique Ruiz-Domènec y hasta del ruso, dificilísimo de asimilar, en las palabras finales de Ulítskaya. Hice entonces mi último dibujo, de toda la mesa, mientras intervenía Laura Fernández hablando de “La conjura de los necios”:

Ese fue mi último dibujo del día, pero no el último que comparto aquí. Como ya anuncié, el último dibujo del sábado, que comparto ahora, fue el de una silla vacía, que me sirvió para poner la palabra FIN en mis redes sociales, con esa sensación que se me queda cuando he asistido a una buena película, obra de teatro, exposición. Y con una frase de Oscar Wilde, que parece condensar mis pensamientos finales:
“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y, de pronto, toda nuestra vida se condensa en un solo instante.”
No fue el fin para mí de estas jornadas, como no lo fue, por otros motivos, me temo, para muchos de los asistentes de fuera de Gran Canaria, que vieron sus vuelos suspendidos o aplazados, y que confío en que ya estén en sus casas.
Quizás en sus recuerdos añadan a estas conversaciones un epílogo más largo, complejo y cansado de lo esperado. Confío en que no lo asocien a esta isla que ya perdió a Galdós hace siglo y medio, y que quizás más adelante, en alguno de esos más de 300 días soleados al año que tenemos por aquí, nos visiten y conversen de nuevo.
Yo desde luego agradezco mucho su presencia estos días.
A mí aún me quedan lecturas, escrituras como esta que termino aquí, u otras que vendrán, imágenes que compartir, dibujos que hacer, ideas en la cabeza, correos que enviar…
Conversaciones literarias. Hoy compré otro libro, este digital, “En defensa de la conversación: El poder de la conversación en la era digital” de Sherry Turkle. Ojalá defendamos la conversación como lo ha hecho la Fundación Formentor estos lluviosos y complicados días.
Resaca literaria. Y resaca climática. Así empecé este texto. Y aún me queda resaca este miércoles, cuando termino esta crónica, quizás larga, fragmentada, muy parcial, pero para mí muy necesaria.
Gracias por llegar hasta aquí. Les regalo un carrusel final de fotografías de estos días.
Pedro Villarrubia, @PVil