(Publicado en Discentia en mayo de 2009, esta historia personal resume mi acercamiento al dibujo desde niño).
A veces conviene repetirse.
A veces conviene recordar.
Recordar cómo mi madre me enseñó a dibujar árboles. Era yo muy pequeño. Es una lección que nunca olvidaré: sentados los dos en un banco, una libreta, unos lápices.
– «Fíjate, Pedro, ¿ves ese árbol?»
– «Sí, mamá, es muy grande.»
– «Vamos a dibujarlo, Pedro. Pero no te fijes en el árbol. Fíjate en una sola hoja. Síguela con la mirada. ¿la ves?»
– «Sí, mamá.»
– «Dibújala. Y sigue con la que está a su lado. Una hoja cada vez…»
Seguí dibujando un buen rato, sin ver el árbol, sólo una hoja cada vez…
Cuando le mostré el dibujo a mi madre y me volví a mirarlo, tenía delante de mí el mejor dibujo de árbol que había hecho jamás, pero sobre todo, había aprendido una lección que aún no he olvidado: había viajado por unos minutos a un mundo de hojas, brisas, luces, formas y colores que nunca me ha abandonado.
Me encantó tu dibujo, por él llegué aquí…tu historia me gustó más todavía…tengo un hijo de dos años y me encanta dibujar aunque no soy buena para ello y tampoco dedico tiempo, pero admiro a quienes lo hacen…como decía, tengo un hijo y a él le voy a enseñar a dibujar árboles como te enseñaron a ti…gracias por compartir tus recuerdos.
Gracias, Fabiola, te agradezco el comentario. Cuando se lo leí, mi madre dice que no lo recordaba. No importa que no sepas dibujar, lo importante es que le sepas transmitir ese cambio de forma de ver -o de escuchar- que es necesario para disfrutar del dibujo -o de la música-. Con eso basta, si le gusta, tu hijo hará el resto. Y lo recordará. Como yo. Gracias.
Gracias a ti por responder a mi comentario…gracias tambíén por que me animas a continuar. Cariños